QUÉ ES EL MATRIMONIO

Ordinariamente, el hombre y la mujer, a lo largo de su vida y
especialmente en su juventud, sienten un fuerte impulso a compartir su
existencia con otra persona, generalmente del sexo contrario. Con ello,
ambos buscan compañía, afecto, complementariedad psicológica, ayuda en
sus proyectos e ilusiones y también ante las dificultades que la vida
nos presenta a todos y, a través de la satisfacción de la unión sexual,
la traída de hijos al mundo. Es lo que se denomina tendencia a la unión*
conyugal* que se hace más intensa conforme se alcanza la mayoría de edad
y se crece en madurez y en sentido de la responsabilidad.


Desde las más primitivas civilizaciones de la antigüedad, ha sido
tradicional que esa tendencia se plasmase en el matrimonio entre un
hombre y una mujer, por medio del casamiento entre ambos como acto
constituyente de la fundación de una familia que es la aceptación de la
vida compartida en común, ampliada después con o sin el nacimiento de
los hijos. La civilización cristiana occidental, ha basado su desarrollo
social y cultural en esa figura del matrimonio monógamo, formado por una
sola mujer y un solo hombre. En este, como en otros aspectos de la vida
humana natural obramos de modo parecido a los animales, que también
buscan su pareja para procrear, alimentar y criar a su descendencia,
puesto que también nosotros, corporalmente hablando, somos mamíferos que
siguen las pautas de muchos de los seres animales vivientes.


Esta forma de unión conyugal natural y tradicional entre un hombre y una
mujer, conlleva múltiples e innumerables beneficios para los
contrayentes y para la sociedad, como son la incorporación de nuevos
ciudadanos a la sociedad, el mantenimiento y desarrollo de la especie
humana, la formación y educación de los hijos de modo estable y
duradero, la ayuda mutua entre los esposos, etc. Desde esta perspectiva,
puede afirmarse sin lugar a dudas que el matrimonio es: “*La unión
afectiva y sexual realizada entre un hombre y una mujer, que acuerdan un
proyecto de vida en común que consiste en amarse el uno al otro, poseer
la posibilidad de tener descendencia y ayudarse mutuamente ante todas
las vicisitudes y adversidades de la vida, manteniendo ambos un deseo de
permanencia indefinida a través del tiempo”. *Cualquier otra forma de
unión conyugal afectivo-sexual, *no se puede llamar matrimonio*, si no
cumple alguna de las condiciones fundamentales que acabamos de decir.

Pero hete aquí que, a finales del siglo XX, en Europa y en otros países
civilizados, comienza a desarrollarse una ideología libertaria llamada
de género, la cual, poniendo el énfasis en la libertad del ser humano
para autorrealizarse, y tiende a modificar sustancialmente las
condiciones del sexo recibido con el nacimiento. En efecto, bajo esta
ideología, el individuo alega que tiene derecho a elegir el sexo con el
que quiere vivir, tiene derecho a elegir la orientación sexual que crea
oportuna con libertad plena, sin condicionamiento alguno; tiene derecho
a tener hijos o a no tenerlos, tiene derecho a ser infiel con la pareja,
derecho a repudiar al cónyuge por cualquier motivo egoísta, etc. por
citar sólo algunos de los derechos que propugna esta ideología, que por
desgracia son ya moneda común ya en muchos de los decadentes países
occidentales.

Con estas ideas se tiende a socavar uno de los fundamentos reales de la
persona y del orden social que es el matrimonio y la familia, para dar
rienda suelta a la arbitrariedad y al capricho nacidos al amparo del
egoísmo libertario. No importan apenas los sentimientos de la persona
con la que se convive, ni el sufrimiento de los hijos que padecen la
ruptura matrimonial que es el divorcio, ni el desorden social que se
promueve, ni la incivilidad o delincuencia que se fomenta en ellos,
importa sobre todo el yo personal, la satisfacción del propio egoísmo.

Se trata de deconstruir los fundamentos naturales de la persona y de la
sociedad en lo que se refiere a la afectividad, a la sexualidad y al
matrimonio que es su ámbito natural, a la familia y la educación en
general, para alumbrar un nuevo ser humano libre de ataduras no
aceptadas ni asumidas, pero curiosamente, imponiéndole al individuo
sutilmente, una ideología alejada de la realidad y de la trascendencia,
que le proporcione cierta sensación de seguridad y felicidad, aunque
sean falsas.


Las personas con sentido común y la sociedad en general, tienen la
obligación y el derecho a rechazar estas ideas por falsas y libertarias,
porque son altamente perjudiciales tanto individual como socialmente, ya
que rechazan el bien común, y porque provocan el incremento imparable de
la delincuencia y los desórdenes sociales.

Roberto Grao Gracia.
Foro Independiente de Opinión
http://foroin.wordpress.com

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